A fin de construir un futuro distinto para su familia y para él mismo Juan Pablo Escobar, el único hijo varón del narcotraficante y criminal colombiano Pablo Escobar, decidió alejarse de los negocios turbios de su padre y abrazar un camino de redención y paz. Actualmente es arquitecto, diseñador industrial, escritor, pacifista y conferenciante. Su determinación por difundir un mensaje de paz lo ha llevado a dar charlas en todo el mundo, donde comparte las terribles consecuencias del narcotráfico y aboga por la no violencia.
Pocas veces una historia consigue unir, en un mismo relato, las palabras más temidas de un país, el peso de un apellido convertido en mito y el milagro silencioso de alguien que decide romper con todo lo que se espera de él. Juan Pablo Escobar, hijo del narcotraficante más temido y poderoso del siglo XX, cuenta su historia no para justificar, sino para advertir. No para ensalzar, sino para explicar.
Pudimos escucharle en el primer congreso LQDVI Corporate, de la Fundación Lo Que De Verdad Importa. Un encuentro en Madrid que reunió a profesionales del mundo de la empresa con la premisa de difundir valores como herramientas emocionales para fortalecer el liderazgo, fomentar la cultura corporativa y reflexionar en torno a cuestiones sociales de relevancia. Así explicaba Pilar Cánovas, su Directora, la motivación de este encuentro a Reason.Why:
Durante una charla íntima y valiente, Escobar compartió su experiencia con una mezcla de honestidad, dolor, memoria y esperanza. Su intervención fue mucho más que un testimonio: hizo una invitación a la reflexión sobre la identidad, el poder, la herencia emocional y el valor de elegir un camino distinto. Y es que el suyo es un relato profundamente personal, pero que resuena más allá de su historia: es el ejemplo de cómo cada uno de nosotros podemos decidir quién queremos ser, incluso cuando todo parece dictado de antemano.
Desde Reason.Why pudimos charlar en privado con Juan Pablo Escobar minutos antes de su intervención. Una entrevista en la que habló, por ejemplo, de cómo ha gestionado “la marca” más negativa del mundo. Aquí puedes leer la entrevista completa.
"Crecí entre la ternura de un padre y la ferocidad de un bandido, en un mundo de ostentación, lujo y disfrute, rodeados de dinero, pero en absoluta soledad". Así condensa Juan Pablo Escobar la que ha sido la historia de su infancia. Pero "a diferencia de mi padre, yo elegí el camino de la paz, la reconciliación y el perdón. Porque perdonar nos libera y reconciliarnos nos restaura. Invitar al perdón no es invitar al olvido. Es evitar enfermar de venganza, resentimiento y dolor".
Romper con la narrativa heredada
A los 16 años, Juan Pablo Escobar estaba condenado a vivir exiliado, con identidad falsa, sin pasaporte y sin patria. La herencia de su padre no fueron propiedades ni fortunas. Fue una deuda de sangre, miedo y silencio. Un apellido que abría titulares pero cerraba puertas. “Cuando murió mi padre, cometí uno de los mayores errores de mi vida. Dije en una entrevista: “yo juro que los voy a matar a todos”. Cinco segundos de furia y unas palabras que, según él, pudieron haberle costado la vida. “Comprendí rápido cómo, por poco que digamos, estamos transformando nuestra realidad con las palabras”.
Entendió que su identidad no tenía que depender de su apellido, eligió ser otra cosa y pidió perdón
Lo que dijo aquel día no fue una amenaza, sino un eco de la violencia en la que había crecido. Pero ese eco lo cambió todo y fue el punto de inflexión. Así que en vez de convertirse en el “Escobar 2.0”, decidió romper la narrativa. Entendió que su identidad no tenía que depender de su apellido, eligió ser otra cosa y pidió perdón.
“Soy un bandido”
Uno de los capítulos que marcaron su infancia, como cuenta Juan Pablo Escobar, sucedió cuando él tenía tan solo siete años. Un momento en el que recibió una confesión de su padre que marcaría su vida para siempre. Pablo Escobar le miró a los ojos y le dijo sin rodeos: “Quiero que sepas quién soy, hijo. Yo soy un bandido y esto es lo que hago para vivir".
El niño aún no entendía del todo lo que implicaba esa palabra. Bandidos, en su imaginación, eran personajes con antifaz y caballo. Pero pronto comprendería que su padre era el líder de una de las organizaciones criminales más despiadadas de la historia reciente. Y mientras otros niños jugaban, él recibía lecciones en casa sobre qué drogas destruían más vidas. Su padre incluso le dio una formación práctica: puso todas las drogas sobre la mesa -heroína, LSD, crack, marihuana- y le explicó sus efectos uno por uno. “Me dijo: La cocaína es un veneno para vender, pero no para consumir. Así que yo nunca la probé".
Esa dualidad, la del padre que sí le enseñaba a montar en bicicleta pero, al mismo tiempo, ordenaba asesinatos, marcó una infancia desgarradora en forma de paradoja constante con una elevada factura emocional.
La paradoja del hijo del narco más rico del mundo
Hay momentos en que las historias se vuelven metáforas sin quererlo. Juan Pablo recuerda en este sentido un episodio especialmente crudo: la policía rodeaba su casa mientras él y su familia permanecían escondidos, sin poder encender una luz ni hacer el más mínimo ruido. “Estábamos rodeados de millones de dólares en efectivo, literalmente por el suelo de casa. Pero no teníamos comida porque no podíamos salir. Solo una sopa podrida que recalentábamos una y otra vez”.
El contraste es devastador: el hijo del hombre más buscado y millonario del planeta, muriéndose de hambre en silencio. Esa escena, digna de una novela de García Márquez, le hizo comprender algo fundamental: el dinero, sin libertad, no vale nada. Y aún más: el dinero sin amor, es solo papel. “Yo miraba a esos millones y les decía: ustedes están aquí para traer comida y amor. Y me estoy muriendo de hambre, sin amor, sin nada”.
En su relato, el lujo no tiene brillo. Solo vacío. Desde los animales exóticos de la Hacienda Nápoles hasta la piñata de su cumpleaños repleta de dólares -que desató una avalancha de adultos desesperados por cazar billetes-, todo en su vida ha respondido a una misma verdad: tenerlo todo no significa tener lo que es importante.
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Las imágenes de su infancia son cinematográficas, pero no por su belleza, sino por su brutalidad. Dinosaurios a escala real. Aeropuertos privados. Más de 700 empleados en la finca familiar. Estaciones de gasolina propias en el jardín de casa. Varios helicópteros. Pero la opulencia no evitaba el miedo. Las bombas llegaban igualmente.
La más brutal, en enero de 1988: la primera bomba del narcotráfico en la historia de Colombia fue dirigida contra la familia Escobar. Juan Pablo cuenta que tenía 11 años.
“La primera víctima del narcotráfico fue mi familia. Yo, mi hermana, mi madre. Nadie habla de eso. Pero fue así”. Aquel episodio no solo marcó físicamente el inicio de la guerra en Colombia. También simbolizó la fractura definitiva de su infancia. No había vuelta atrás. Cada día era una huida, una pérdida, un exilio emocional. Y, sin embargo, a pesar de vivir rodeado de lujo, Juan Pablo recuerda solo una cosa con claridad: la soledad. “Yo habría cambiado todos esos lujos por una casa humilde, con mi madre, mi padre y mi hermana. Solo eso".
La reconciliación como revolución
De todas las decisiones que tomó, quizás la más revolucionaria fue esta: buscar a los hijos de los enemigos de su padre para pedirles perdón unos años después. Destacando el hijo del jefe del cartel de Cali, Miguel Rodríguez Orejuela, responsable directo del atentado que casi le cuesta la vida. “Podría haber estado empuñando un arma. Si hubiese seguido la cultura de la venganza, lo habría hecho”.
Pero Juan Pablo Escobar decidió tender la mano. Viajar a Cali, reunirse cara a cara con el hijo del hombre que ordenó la bomba contra su familia y abrazarlo. A día de hoy cuenta que son amigos. Han hablado, compartido, llorado y juntos han elegido romper con el legado de odio. “Tuvimos que sacar un pie de ese círculo de violencia y elegir un camino absolutamente desconocido para los dos".
Este gesto no es solo simbólico. Es un acto político, emocional y casi espiritual. En un mundo donde el conflicto muchas veces se hereda como si fuera patrimonio genético, romper la cadena es un acto de valentía extraordinaria.
Uno de los momentos más significativos en la trayectoria pública de Juan Pablo Escobar fue su participación en el documental "Los pecados de mi padre" (2009), una obra valiente que rompió con el silencio y la narrativa tradicional en torno a su familia. En el documental, Juan Pablo no solo relata su historia personal, sino que da un paso aún más importante: pide perdón, en primera persona, a las víctimas de su padre. No justifica, no minimiza, no negocia el dolor. Reconoce el daño causado y asume un gesto de responsabilidad moral que muy pocos herederos de figuras públicas infames han tenido el coraje de hacer. A través de ese acto, no solo busca honrar a quienes sufrieron, sino también reafirmar su propio compromiso de no perpetuar el odio ni la violencia que destruyeron a tantas familias en Colombia.
Sobrevivió al legado de un criminal para convertirse en un hombre comprometido con romper el ciclo de odio que heredó
Así, "Los pecados de mi padre" no fue solo un documental: fue el primer gran acto público con el que Juan Pablo Escobar consolidó su rol como portavoz de una narrativa nueva, basada en la reconciliación y el reconocimiento del daño. En la película, Juan Pablo pide perdón personalmente a hijos de víctimas directas del narcoterrorismo impulsado por su padre, como Rodrigo Lara Restrepo, hijo del ministro de Justicia asesinado Rodrigo Lara Bonilla; y Guillermo Gaviria Jr., hijo del exgobernador de Antioquia Guillermo Gaviria Correa, también asesinado en medio del conflicto. A partir de ese momento, su voz dejó de ser únicamente la del hijo que sobrevivió al legado de un criminal para convertirse en la de un hombre comprometido con romper el ciclo de odio que heredó: “Emprendí un viaje de perdón que sólo terminará cuando haya podido pedírselo a la última víctima viva de mi padre. En el camino, todavía nadie me ha cerrado la puerta”.
Elegir quién quieres ser
La gran enseñanza de Juan Pablo Escobar no es la de alguien que quiere redimirse. Es la de alguien que comprendió que su historia no podía repetirse. Que el apellido es una herencia, pero no una condena. “Si yo me hubiera aferrado al apellido Escobar, hoy sería otra cosa. Pero entendí que podía elegir quién quería ser".
El mensaje es poderoso porque no se apoya en frases prefabricadas. Nace de la experiencia, del dolor y de la introspección. Y se proyecta, sin forzarlo, en el presente de muchas personas que, sin haber crecido en una hacienda con animales exóticos, también cargan con nombres, entornos o expectativas que no eligieron.
Y, ¿cómo se puede aplicar esto en un entorno profesional? No desde la motivación superficial, sino desde lo profundo:
- Liderazgo: cabe hacerse algunas preguntas de manera frecuente, como ¿qué tipo de líder queremos ser, el que repite el modelo aprendido o el que lo cuestiona?
- Cultura organizacional: muchas empresas heredan formas de operar basadas en el miedo, la imposición o el silencio. Cambiarlo requiere coraje. Y tiempo.
- Propósito: el relato de Juan Pablo es un recordatorio de que tener recursos sin propósito es como tener una piñata llena de dólares y no tener a nadie a quien abrazar cuando termina la fiesta.
- Reconciliación: el mundo laboral está lleno de guerras soterradas, egos heredados, conflictos sin resolver. A veces, lo más disruptivo no es escalar la tensión, sino tender la mano.
Paz, identidad y legado

La charla de Juan Pablo Escobar terminó con una imagen emocional: una fotografía de la primera comunión de su padre. Dice que es la única que conserva, junto a la de su madre, argumentando que esa imagen representa el único momento de honestidad de Pablo Escobar.
Porque, al final, incluso entre los escombros de una vida marcada por la violencia, hay fragmentos de verdad. Y es ahí donde Juan Pablo Escobar ha decidido reconstruirse, sin negar la historia, pero sin rendirse a ella. “Yo no busco justificar a mi padre. Solo busco que nadie más tenga que pasar por lo que pasamos nosotros".
Su historia no termina por tanto con una moraleja, ni con una fórmula, sino con una elección: la de ser luz cuando se ha crecido entre la sombra.