Effective wow. De la intuición creativa al data

  • No se trata de reducir las ideas a datos, sino de que los datos nos ayuden a convertir las ideas en impacto
  • La creatividad no puede ser solo intuitiva. Necesita validación. Y esa validación no es un freno, sino un marco

No hay wow sin why. Y no hay why sin data. Detrás de este oportuno juego de palabras encontramos  una transformación profunda en el modo en que medimos, planificamos y defendemos las ideas en publicidad, comunicación y marketing. En un entorno ultrasaturado de mensajes, tecnologías, modas y urgencias, la creatividad ya no se celebra solo por su audacia, ni por su impacto superficial, ni siquiera por su capacidad para deslumbrar. La creatividad efectiva es aquella que logra resultados. Y eso exige algo más que intuición: exige una cultura data-driven.

Ahora bien, ¿qué significa realmente ser data-driven? Más allá del mantra repetido hasta la extenuación, hablamos de una cultura en la que los datos no son el remate de un proceso creativo, ni un anexo lleno de gráficas sin explicación, si no su condición de posibilidad, su mapa de contexto, su sistema de retroalimentación y su modo de defensa. Ser data-driven implica que pongamos nuestro talento al servicio de los resultados. Que identifiquemos de qué manera se van a expresar estos resultados para que reflejen fehacientemente el éxito o el fracaso de una campaña, proyecto o activación. Que sepamos cómo recogerlos adecuadamente, tratarlos, interpretarlos y trabajar con ellos. Y que tomemos decisiones antes (cuando los resultados son solo objetivos), durante (cuando los datos empiezan a hablar) y a posteriori (cuando toca aprender y optimizar).

Ser data-driven no es ser ego-driven, ni casobonitoparalaweb driven, ni loqueesténhaciendolosdemás driven, ni aquísiempresehahechoasí driven, ni por supuesto nomequierocomplicar driven. Se trata de trabajar todos juntos, inequívocamente, para obtener el impacto deseado. Eso exige renunciar a todo lo que no sea el objetivo. Tener la honestidad y la clarividencia para comunicarlo internamente desde el principio, tatuarlo en el brief, repetirlo en los kick-offs, hacerlo visible en los tableros de trabajo. Recordarlo al cliente. A veces no se trata de un objetivo puntual, sino un logro global para una cuenta, un KPI mantra que focaliza, unifica y da sentido a todo. Y, no hay nada más personal que un KPI. Pregúntate: ¿por qué vamos a hacer esto? Y a esa pregunta, darle una respuesta cuantitativa, además de la cualitativa obvia. Y a esa respuesta, volver a preguntarle: ¿por qué? Las veces que haga falta, hasta entender realmente qué buscamos lograr con esta campaña, con esta pieza, con esta acción. Básicamente, es aplicar las herramientas creativas de extracción de ideas, en este caso los 5 whys de Edward de Bono, a la identificación de metas.

El verdadero wow no busca aprobación: logra resultados. La prioridad de una agencia creativa no es que la acción esté alineada con nuestros intereses, ni que ilustre nuestras preocupaciones, ni que sirva para innovar o para impactar en el sector. Todo eso viene. Pero viene después. La única prioridad es lograr, a través de las ideas (nuestras o no), el impacto que nuestro cliente necesita. Y si no está claro desde el principio, ayudarle a identificarlo, definirlo y alcanzarlo. El talento creativo descubre caminos. El análisis los pavimenta.

Dumb Ways to Die es un caso perfecto para entender esto. Una idea radicalmente creativa, que cambió la manera de hacer comunicación institucional, que jugó con el humor negro y la estética infantil para hablar de algo tan crudo como los accidentes en el metro. Pero más allá del brillo y la notoriedad, lo relevante fue el impacto. La campaña de Metro Trains Melbourne logró reducir los accidentes en un 21%, movilizó a millones de personas a comprometerse con comportamientos seguros, se convirtió en una referencia global y en un caso de estudio de la IPA. La idea no solo generaba un efecto wow, sino un effective wow. Y eso es lo que debemos perseguir.

Otro caso paradigmático es el de "The Epic Split" de Volvo Trucks, protagonizado por Jean-Claude Van Damme. Más de 100 millones de visualizaciones, cobertura internacional y un aumento documentado del 31% en la notoriedad de marca. Pero, sobre todo, un crecimiento del 23% en la consideración de compra del modelo FH, que era el objetivo comercial directo. El entretenimiento sirvió al rendimiento.

O la campaña "ThisAbles" de IKEA en Israel, que mostró soluciones reales para que personas con discapacidad pudieran usar los muebles de la marca. Se viralizó, ganó premios, sí, pero también aumentó un 37% las visitas a tiendas en el segmento objetivo y disparó las descargas de los planos 3D. La creatividad que mejora la vida no solo conecta: convierte.

Ahora bien, ¿cómo se mide realmente una idea? ¿Qué herramientas tenemos para cuantificar su impacto? ¿Y qué pasa si intentamos preverlo antes de que suceda?

Ahí entran en juego los marcos de efectividad creativa como el de la IPA, que lleva décadas analizando campañas en función de su impacto real en negocio, reputación y cultura. Su famoso estudio "The Long and the Short of It", firmado por Binet y Field, demostró que las campañas altamente creativas tenían una probabilidad once veces mayor de ser altamente efectivas. Y lo hacían porque conectaban tres elementos: un insight poderoso, una idea relevante y una ejecución memorable. No se trata de creatividad por la creatividad, sino de una creatividad que responde a una verdad humana y a un objetivo estratégico.

Otro modelo interesante es el de las 3Ps: Purpose, Precision y Proof. Es decir: tener claro el propósito de la acción (qué queremos cambiar), la precisión en su ejecución (a quién, dónde, cómo) y la prueba de su eficacia (cómo sabremos que ha funcionado). Este modelo, más operativo, permite desde el inicio aterrizar las ideas con una mentalidad orientada a resultados.

Pero no solo se trata de medir tras lanzar. La pregunta clave es si podemos prever el impacto de una idea antes de producirla o activarla. La respuesta es sí, con matices. El comportamiento humano es impredecible, pero no aleatorio. Existe incertidumbre, sí, pero también patrones. Por eso existen herramientas de pretest y predicción del impacto, desde las más avanzadas como System1 (que mide reacciones emocionales) hasta las más accesibles como tests A/B en redes sociales, mapas de calor, cuestionarios cualitativos o incluso prototipos testeados con públicos reales. Las herramientas de predicción basadas en IA ya no son ciencia ficción. Plataformas como Neurons Inc utilizan algoritmos de neurociencia predictiva y eye-tracking virtual para anticipar la atención y la carga emocional de una pieza antes de que se emita. Affectiva, por su parte, analiza microexpresiones faciales en test masivos para predecir reacciones. Y Black Swan Data aplica modelos de lenguaje natural para detectar tensiones culturales emergentes que pueden inspirar o invalidar una idea antes de producirse. A veces, hasta algo tan sencillo como un test de thumbnails en YouTube puede ayudarnos a entender qué idea está moviendo más a nuestra audiencia.

La clave es entender que prever no es adivinar. Es estimar con datos y experiencia. Si es la primera vez que ponemos en marcha algo, una buena estimación realista ya es un punto de partida. No sobre el deseo, ni sobre el objetivo ideal, ni sobre la cifra que debemos dar para que los números salgan,  sino sobre lo realista. Y sobre ese dato, iterar, aprender y mejorar. Porque la creatividad efectiva no acaba en la campaña, empieza en el comportamiento. En este sentido, medir constantemente permite crear ciclos de iteración al estilo lean: lanzar pequeño, medir rápido, mejorar. En lugar de esperar al final de la campaña para sacar conclusiones, podemos adaptar las piezas, los mensajes y los canales según el comportamiento del usuario. Las campañas modulares y los content loops se basan en esto: en crear acciones que se retroalimentan del comportamiento real, no del plan inicial.

Claro que para todo esto hacen falta decisiones concretas: ¿qué se va a medir?, ¿quién lo va a hacer?, ¿cómo se va a guardar esa información?, ¿cumple con la legalidad?, ¿es accesible para los equipos? Una gran idea no se defiende con fe, sino con datos. Y esos datos hay que estructurarlos desde el inicio del proceso.

A veces, incluso, un gran resultado puede ser el primer síntoma de que algo está mal. Es el riesgo del vanity KPI. Pongamos que lanzamos una acción pensada para captar leads cualificados para una newsletter B2B en un nicho muy concreto, y de repente se vuelve viral. Miles de visitas, cientos de formularios. Pero al analizarlo, descubrimos que el contenido se ha vuelto demasiado genérico, ha impactado en segmentos que no nos interesaban, y ha llenado la base de datos de usuarios irrelevantes. Es la adicción a la dopamina de las interacciones vacías, que puede esconder que no estamos construyendo comunidad, sino dispersión. El verdadero KPI no es cuántos vieron la pieza, sino cuántos de los que queríamos que la vieran hicieron lo que necesitábamos que hicieran.

Por eso conviene recordar que hay muchos tipos de KPI: de notoriedad, de consideración, de conversión, de fidelización, de reputación, de eficiencia, de satisfacción. Y que todos ellos pueden medirse si se definen bien. No se trata de inventar datos, sino de preguntarse desde el inicio: ¿qué cambia si esto funciona? Esa pregunta es la que conecta la creatividad con el negocio. Un KPI de notoriedad puede ser el incremento del recuerdo espontáneo de marca (+15% postcampaña en tracking). Uno de consideración, el aumento del CTR en contenidos branded (+2,8% frente a benchmark). De conversión, el porcentaje de registros completados sobre visitas a landing (sobre un objetivo, por ejemplo, del 12%). De fidelización, la repetición de compra en 3 meses (+20% versión datos actuales). De eficiencia, el CPA (coste por adquisición) en performance marketing (<10 euros por lead cualificado). Y de satisfacción, el NPS (Net Promoter Score) medido tras la experiencia de usuario (+30 puntos, por ejemplo).

En este punto, es clave también no caer en la trampa de medir solo lo que es fácil de medir. El engagement en redes, los likes, las impresiones: todo eso es válido, pero puede ser tramposo si no está vinculado a un objetivo real. La medición no debe estar al servicio de la vanidad, sino de la estrategia. Y para eso hay que definir desde el principio cuál es el cambio que buscamos generar, en qué público, con qué acción.

Existen herramientas potentes para prever la eficacia de una pieza: tests A/B en Google o Meta, paneles de percepción de marca, inteligencia artificial para predicción de comportamiento, mapas de atención visual. Incluso el neuromarketing ofrece opciones más sofisticadas, como electroencefalogramas o respuesta galvánica. Pero no hace falta llegar tan lejos. A veces, con un buen test cualitativo, una encuesta bien diseñada o una landing bien estructurada, ya podemos anticipar el rendimiento de una idea.

Y si nada de eso está disponible, siempre queda el juicio experto basado en experiencias anteriores. Porque si algo hemos aprendido es que la creatividad no puede ser solo intuitiva. Necesita validación. Y esa validación no es un freno, sino un marco que nos permite construir sobre certezas.

En un mercado donde las marcas exigen resultados medibles, la creatividad debe sentarse desde el principio a la mesa de negocio. Especialmente en campañas orientadas a performance, no basta con emocionar o destacar: hay que convertir. Y para convertir con sentido, hay que hablar desde el inicio el lenguaje del valor.

Dos conceptos deberían estar en la conversación desde el briefing inicial: CAC (Customer Acquisition Cost) y LFT (Long Funnel Time o Long-Term Value Funnel Time). El primero revela cuánto cuesta adquirir un cliente. El segundo, cuánto valor genera ese cliente en el tiempo —y, sobre todo, cuánto tarda en hacerlo. Diseñar desde esta lógica transforma el briefing. No se trata solo de a quién vamos a impactar, sino de qué tipo de cliente nos interesa atraer, cuánto tiempo necesitamos para que su valor compense la inversión y qué narrativa creativa acelera ese retorno. La creatividad bien aplicada no solo reduce el CAC, consiguiendo atención más eficaz, sino que puede ampliar el LFT, construyendo una relación más valiosa y duradera con el cliente. Esto requiere dejar de ver la idea como un ornamento y empezar a entenderla como un multiplicador del valor de cliente. Este enfoque obliga a integrar equipos creativos, de medios y data en un mismo mapa: no uno que solo mide clics o impresiones, sino que modela funnels, escenarios de rentabilidad y comportamientos.Está genial ganar premios, pero primero generemos  vínculos sostenibles que mejoren el rendimiento del negocio de nuestros clientes.

Las culturas que logran alinear creatividad, data e innovación no son aquellas que reportan KPIs al final, sino las que los colocan al principio del proceso creativo. Allí donde nace la estrategia, deben vivir también el CAC y el LFT. Porque allí es donde realmente empieza el rendimiento.

En definitiva, la creatividad efectiva nace de una tensión sana entre intuición y análisis. Entre libertad y foco. Entre exploración y evidencia. No se trata de reducir las ideas a datos, sino de que los datos nos ayuden a convertir las ideas en impacto. Porque la creatividad que no mueve nada es decoración. Pero la creatividad que logra resultados es, simplemente, transformación.

Sobre INNN

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