¿Crees que la ficción es un reflejo de la sociedad? ¿Crees que la sociedad está carente de historias que emocionen? ¿Crees que la ficción puede llegar a romantizar o edulcorar la realidad?
No buscamos dar respuestas, sino invitar a las personas a hacerse más preguntas sobre aquello que les hacen ver, provocar un pensamiento crítico y generar consciencia.
IN REAL LIFE es un proyecto de Arena, que nació a principios del 2024, en el que buscamos entender cómo los medios configuran la realidad en la que vivimos para comprender cómo hemos llegado hasta aquí. Y, junto con Célula Lab, analizamos y hablamos acerca de cómo la ficción en el entretenimiento puede llegar a modular nuestra forma de interpretar lo que nos rodea.
Vivimos en una era donde lo real se filtra, se narra y se consume como si fuera ficción. Las pantallas ya no solo nos cuentan historias, también redefinen la forma en que percibimos la vida, y ya no solo nos entretienen. Nos enseñan cómo vivir, qué sentir y qué pensar. La lógica de la ficción se ha infiltrado en la vida cotidiana, convirtiendo los acontecimientos reales en contenido narrativo.
Durante siglos, la ficción fue una vía de escape. Historias que partían de verdades universales para crear mundos paralelos. Pero, como advierte Eduardo Subirats en Culturas Virtuales, no es la ficción la que se inspira en la realidad, sino que es la realidad la que parece diseñada para encajar en los moldes de la ficción.
El surrealismo, junto con movimientos como el futurismo o el dadaísmo, rompió con las formas tradicionales de representar el mundo, inaugurando una estética del caos y la fragmentación que aún nos acompaña. Como escribió Marinetti en el Manifiesto Futurista (1909): “¡A todos los hombres vivos de la tierra!” venía a decir que el arte debía ser un grito que abrazara el vértigo del progreso y el caos de la modernidad. Un pensamiento libre donde lo onírico, lo absurdo y lo irracional se vuelven formas legítimas de conocer y representar el mundo.
Subirats identifica también dos procesos históricos que moldearon nuestra percepción actual. Primero, el urbanismo moderno, que convirtió la ciudad en un entorno productivo y deshumanizado. Esa imagen de urbe opresiva, decadente y hostil se convirtió en un símbolo persistente en el cine y la literatura, alimentando la idea de la metrópolis como escenario apocalíptico. Y segundo, el uso masivo de los medios durante el nazismo, con Goebbels a la cabeza, para generar una “cultura política global” basada en la manipulación emocional de las masas. Hoy, esa capacidad de construcción narrativa no pertenece a un solo régimen, sino a plataformas digitales, algoritmos y conglomerados mediáticos que moldean, amplifican y dirigen nuestras percepciones.
El cine, desde sus inicios con Le Voyage dans la Lune (1902), capturó esa tensión entre lo real y lo imaginado. La ciencia ficción de autores como George Wells o Aldous Huxley nos ayudó a proyectar futuros posibles, pero también a advertir sobre los peligros del progreso.

Pero algo cambió en 2001. Los atentados del 11S fueron el primer evento global vivido como un espectáculo en tiempo real. La imagen de las torres cayendo se repitió con una estética casi cinematográfica. Desde ese momento, la frontera entre documental y ficción se volvió difusa. Y la ficción comenzó a cambiar: menos épica, más consciente, más distópica.
La distopía, antes marginal, se ha vuelto mainstream. Ya no es una advertencia, es un género dominante. Refleja el desencanto contemporáneo, pero también lo convierte en producto. Así, los grandes problemas sociales ya no solo se debaten en foros o manifiestos, sino que se venden en capítulos, se comentan en redes y se consumen como entretenimiento.
Tal vez el desafío actual no sea elegir entre verdad y ficción, sino reconocer cómo se mezclan. Y esto parte de comprender cómo los medios configuran nuestras percepciones es clave, porque al final las historias que contamos determinan las vidas que vivimos.